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domingo

La Casa de Dios

la casa de Dios

Yo no sé ustedes, pero cuando entro a cualquier iglesia de la ciudad o las que he visitado, siento la calma que me aparta del mundo sin dejar de estar en él. En La Casa de Dios todo es paz y ello permite reencontrarse con Él y con uno mismo.

Allí he visto a personas con su currículum vitae pidiendo encontrar un buen empleo; a señoras que oran y lloran por sus hijos, sea que tengan problemas o por el orgullo.

He visto a vendedores ambulantes que dejan a un lado sus cestas con chucherías y se hincan a orar y pedir fuerzas, agradecer y encontrar un verdadero descanso que les permita seguir ante el sol inclemente.

Ante La Casa de Dios las cornetas y gritos de los conductores pasan a un quinto plano, siendo murmullos que no afectan a la oración y la conversación con Dios. En sus paredes está la calma y por aquel tragaluz del techo parece que se escapan los males o cruces que cargamos.

Nada te perturba en una iglesia, escapas del mal y encuentras a personas de bien. Y cuando los malos quieren utilizarla, terminan siendo doblegados como debía ser su destino.

Los bancos de madera, los lugares para hincarse, son cómodos para los penitentes. Porque Dios no nos va a invitar a su casa a que vayamos a flagelarnos, así como nuestra Madre la Virgen María tampoco lo desea. Quienes lo hacen no han entendido pues lo que es tener a un Padre y una Madre que les quiere y espera que se acerquen a ellos.

Las tan cuestionadas imágenes –atacadas por un sector minoritario y desgastado-, muestran la historia de la humanidad, la verdad, el arte y la devoción, ayudándonos a evocar dentro de La Casa de Dios a quienes Él les ha bendecido para ser ejemplos de su grandeza y de que la misma humanidad, así como ha buscado su condena, entre sí tiene las llaves de su liberación y unión (las cuales deberíamos todos elegir).

Las iglesias son arte y Fe, demostración física de la grandeza del Señor, siendo siempre pequeñas ante él. Pero sea cual sea el tamaño del templo, la paz, amor, reconciliación y fuerzas que en ellas encontramos con tan sólo hablar con nuestro Creador, son inmensas.

Cuando entramos a ellas, cumplimos esa parte del Padrenuestro que dice, “hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”, donde pedimos y de Él, recibimos lo que sabe que nos conviene y que quizá no veamos en vida, pero sí a su lado en el reino celestial.

La Casa de Dios es un edificio de amor donde todo dejamos; La Casa de Dios es nuestro corazón donde todo creamos.

Lcdo. Argenis Serrano 

martes

Golpes de Pecho


Muchos críticos de la religión católica siempre argumentan que los que asistimos a las iglesias, capillas, eventos a cielo abierto de la religión católica apostólica romana nos damos “golpes de pecho”, pero que al salir de esos lugares seguimos pecando.

Ese decir tan absolutista tampoco habla bien de quienes lo alegan, ya que sólo ven nuestros errores y muchas veces los esperan, aúpan o inventan, no desean ver los beneficios que existen en el arrepentimiento sincero.

Sí, en las misas nos damos golpes de pecho rituales acompañados de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, pidiendo intercesión de los ángeles, de los santos, de la Virgen María ante Dios Todopoderoso, para que nos ilumine.

Y salimos a la calle a seguir la vida, no olvidando, pero sí siendo humanos, con fallas y momentos de prueba que aprobamos o no. Más, ¿y los momentos de acierto nunca serán valorados?, esos instantes donde la humildad y el hacer sin alabarse ni regodearse, sino seguir, esos que sabemos porque los vivimos y que no vociferamos, parece que jamás van a contar.

Pues sí, sí cuentan y lo sabemos. Y es en ellos donde transformamos los golpes de pecho en acciones de redención y justicia, porque muy justo es que demos de los dones del Espíritu Santo que nos han tocado, ya sea en mano de obra, consejos, información acertada, educación prudente, entretenimiento humano, caridad piadosa, benevolente, sin mayor pago que el saber que aportamos un grano que pesa un kilo y que debe ser acallado porque sí se pregona o pavonea, pierde el verdadero valor.

Son en esos instantes donde los golpes de pecho son justificados y son parte de una fórmula que funciona con sinceridad.

Cuando pecamos en pensamiento, palabra, obra u omisión, Dios nos acepta cuando de verdad nos arrepentimos. Y no, no salimos con la intención de estar fallando. Pero me disculpan, como humanos, vamos a seguir fallando.

Y por encima de eso, nos vamos a seguir arrepintiendo, aprendiendo, recomponiendo, mejorando, haciendo de lo sociable nuestra interconexión humana, haciendo el bien sin mirar a quien, demostrando que cuando nos arrepentimos de corazón, dándonos golpes de pecho, es porque hemos caído y pedimos intercesión celestial para que Dios nos perdone y nos dé cobijo tanto en La Tierra como en el Cielo.

El ser humano es la obra cumbre de Dios, pero sólo Él es perfecto, nosotros llegamos a la excelencia como máximo, en el área que elijamos, tanto de profesión, oficio, hobbies, costumbre, vocación y acción.

Y vamos a fallar porque no somos perfectos, porque muchos factores se concatenan, porque explotamos sea poco o sea mucho, porque decimos cosas que exacerban a los demás por ser contagiados de nuestras propias molestias y dolencias, esas que se van aglomerando en el pecho y que con golpes queremos sacar porque ese es lugar de Dios en nosotros y siempre el maligno se quiere meter a perturbar.

Tengamos el valor de decir, “sí, me equivoqué y le pido perdón a Dios de corazón, golpeando al mal que se metió, para que salga porque esa no es su casa; y presentemos disculpas a nuestros hermanos al fallarles o al hacerles sentir incómodos porque fallamos para con nosotros y eso les entristece”.

Los golpes de pecho representan pues, el ataque de una persona que se pone del lado de Dios con el fin de golpear en su rostro a la ignominia, lo ominoso, lo palurdo, lo procaz y lo maligno que nos quiera contagiar.

Y sí alguien contra – refuta que los golpes de pecho no son necesarios sí es eso lo que se busca, pues respondamos que tiene razón, pero así queremos, porque hay miles de maneras de atacar al mal y la mejor de ellas es buscar el mutuo acuerdo para atacarlo a él y no a nosotros, entre nosotros, para no juzgarnos ni ocultar que podemos fallar y luego estarán temerosos de que se sepa y en vez de expiar esas culpas, sumarán más viviendo una mentira. Todo por no darse golpes de pecho que sólo pueden aturdir y echar al mal.

Sépase que la forma que esa persona que critica tiene de arrepentimiento y de no pecar, mientras sea contra el mal, para nosotros es de plano, muy buena.

Lcdo. Argenis Serrano - @Romantistech

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