Virgen Santísima, Madre
del Verbo Encarnado y Madre nuestra, venerada con el título de “Auxilio de los
cristianos” en el Santuario de She Shan, a la que se dirige con devoción toda
la Iglesia en China, hoy venimos ante ti para implorar tu protección, por los
caminos de la verdad y el amor, para que sea siempre fermento de convivencia
armónica entre todos los ciudadanos.
Con el dócil “SÍ”
pronunciado en Nazaret Tú aceptaste que el Hijo eterno de Dios se encarnara en
tu seno virginal iniciando así en la historia la obra de la Redención, en la
que cooperaste después con solícita dedicación, dejando que la espada del dolor
traspasase tu alma, hasta la hora suprema de la Cruz, cuando en el Calvario
permaneciste erguida junto a tu Hijo, que moría para que el hombre viviese.
Desde entonces llegaste a
ser, de manera nueva, Madre de todos los que acogen a tu Hijo Jesús en la fe y
lo siguen tomando su Cruz.
Madre de la esperanza,
que en la oscuridad del Sábado Santo saliste al encuentro de la mañana de
Pascua con confianza inquebrantable, concede a tus hijos la capacidad de
discernir en cualquier situación, incluso en las más tenebrosas, los signos de
la presencia amorosa de Dios.
Señora nuestra de She
Shan, alienta el compromiso de quienes, en China, en medio de las fatigas
cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando, para que nunca teman hablar de
Jesús al mundo y del mundo a Jesús.
En la estatua que corona
el Santuario tú muestras a tu Hijo al mundo con los brazos abiertos en un gesto
de amor.
Ayuda a los católicos a
ser siempre testigos creíbles de este amor, manteniéndose unidos a la roca de
Pedro sobre la que está edificada la Iglesia. Madre de China y de Asia, ruega
por nosotros ahora y siempre. Amén.
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