Oh, glorioso San
Abrúnculo, cuyos pasos resonaron en los caminos de la
antigua Francia, te invocamos con humildad y devoción. Tu vida, tejida con
hilos de fe y sacrificio, nos inspira a seguir el sendero de la virtud y la
entrega.
En los albores del
siglo V, cuando las sombras de la persecución se cernían sobre los fieles, tú,
valiente obispo, enfrentaste la adversidad con una fe inquebrantable. Como
guardián de la Iglesia, protegiste a tus ovejas con amor y valentía, desafiando
las tormentas de la historia.
En Langres, donde
las piedras de la catedral guardan los suspiros de los siglos, alzaste la cruz
con determinación. Tus palabras resonaron en los corazones de los creyentes,
recordándoles que la esperanza florece incluso en los campos más áridos. Como
pastor, guiaste a tu rebaño hacia la luz, sin temor a las tinieblas que
acechaban.
Pero también fuiste
un peregrino, un alma errante en busca de la verdad. En Auvernia, encontraste
refugio entre los arvernios, y allí, en la quietud de la noche, tus oraciones
se elevaron como incienso. San Sidonio
Apolinar, cuya memoria también veneramos, te acompañó en este viaje
espiritual. Juntos, tejieron hilos invisibles que conectaban los corazones de
los fieles dispersos.
Oh, San Abrúnculo,
tu legado trasciende los siglos. En tus días terrenales, enfrentaste desafíos y
tribulaciones, pero tu fe nunca flaqueó. Hoy, en este mundo convulso,
imploramos tu intercesión. Protege a los afligidos, guía a los perdidos y
fortalece a los que luchan contra las sombras de la duda.
Que tu memoria,
celebrada tanto el 4 de enero como el 14 de mayo, sea un faro de esperanza para
todos nosotros. Que tu ejemplo nos inspire a vivir con coraje y compasión, a
amar sin reservas y a confiar en la providencia divina.
San Abrúnculo,
ruega por nosotros. Amén.