En octubre de 2025,
Venezuela celebró la canonización de sus primeros santos: el doctor José
Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles. Fue un momento de profunda
devoción para millones de creyentes. Sin embargo, entre los fieles también se
colaron los rostros del oportunismo: los peores políticos de ambos bandos que
viajaron al Vaticano o encabezaron vigilias en Caracas, no por fe, sino por
conveniencia y además, burlarse de la sociedad e intimidar a los venezolanos
allá presentes, en su mayoría migrantes.
El pecado no está en
asistir a una ceremonia religiosa. El pecado está en usarla como disfraz.
Cuando políticos que han promovido la represión, el saqueo institucional y la
manipulación del hambre se arropan con símbolos cristianos, cometen una forma
de blasfemia política: convierten la santidad en espectáculo, y la fe en
herramienta de propaganda.
José Gregorio Hernández
fue “el médico de los pobres”, símbolo de humildad, servicio y entrega. Carmen
Rendiles dedicó su vida al silencio, la oración y el trabajo invisible. ¿Qué
tienen en común con quienes se enriquecen mientras el pueblo muere en hospitales
sin insumos? ¿Qué vínculo espiritual puede haber entre la canonización y
quienes han canonizado el cinismo?
Los intereses fueron los
de viajar, fingir fortaleza y demostrar que no les interesan los lugares ni el
respeto, moral y espiritualidad, ya que sí tuvieran decencia y arrepentimiento,
sería perfectamente El Vaticano el mejor lugar para comenzar su redención.
Incluso de uno de estos se
quedó dormido en pleno acto. ¿Viajar para perderse el momento más esperado por
los venezolanos?, eso resta venezolanidad, humanidad y fe cristiana, develando
su verdadero ser.
La Biblia advierte contra
los hipócritas que “honran a Dios con los labios, pero su corazón está lejos
de Él” (Mateo 15:8). También denuncia a los que “usan la piedad como fuente
de ganancia” (1 Timoteo 6:5). En este contexto, la presencia de figuras
políticas en actos religiosos no es devoción: es marketing.
Más grave aún es el
intento de monopolizar la espiritualidad nacional. Al presentarse como
“representantes del pueblo creyente”, estos funcionarios buscan legitimarse
moralmente sin rendir cuentas por sus actos. Es una estrategia de lavado
simbólico: usar santos como escudos, crucifijos como cortinas y peregrinaciones
como distracción.
Aunque hubo algunos que
se pueden salvar y respetaron el acto, hay que llamar la atención a todos: La fe y la religión no se meten en política
partidista, mucho menos en el halo de aparentar.
Y les aseguramos a esa
gente que tiene sus manos sucias con N cantidad de pecados contra la gente (de
palabra, obra u omisión), que ante Dios se pagan las facturas y bastante ya
tienen. Y quizá no las paguen ante las leyes de los hombres, pero ante Él, ya
en la propia vida la van a comenzar a pagar con castigos divinos que no podemos
imaginar, porque demostraron ante el mundo que no creen en Dios ni en todo
aquello que es parte de su ejército celestial.
Sólo el arrepentimiento, la devolución de lo que indebidamente tomado, la confesión y la redención del corazón les podrían salvar. Pero, ¿Acaso quieren o pueden o les dejan hacerlo?; además, los que les perdonan o amparan o alcahuetean en sus males y cinismo, también están pecando.
La fe no necesita
escoltas ni comitivas oficiales. La santidad no se decreta desde un palacio. Y
el Vaticano no es un escenario para redimir culpas políticas. Si algo enseñan
José Gregorio y Carmen Rendiles es que el verdadero poder está en servir, no en
figurar.
Que los santos nos
protejan. Que los políticos no los usen.
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