¡Feliz Pentecostés!
Pentecostés es una
festividad religiosa que se celebra 50 días después de la Pascua. Tiene
significados tanto en el cristianismo como en el judaísmo:
- En el cristianismo,
conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles de Jesús, lo que
marca el nacimiento de la Iglesia. Según el relato bíblico en Hechos de los
Apóstoles, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, permitiéndoles
hablar en diferentes lenguas.
- En el judaísmo, se celebra como el día en que Dios entregó la Ley a Moisés en el monte Sinaí, 50 días después del éxodo de Egipto. También está asociado con la Fiesta de las Semanas, una celebración de gratitud por las cosechas.
La palabra Pentecostés
proviene del griego pentekosté, que significa "quincuagésimo",
haciendo referencia a los 50 días que transcurren desde la Pascua.
Esta celebración tan
importante para nosotros como Iglesia Católica, puede enseñarnos 3 cosas
importantes.
La paz como primer don
Cuando Jesús se aparece
en medio de sus discípulos, sus primeras palabras no son reproches, sino
bendiciones: "La paz con ustedes".
Esta paz no es la
ausencia de problemas, sino la presencia del Resucitado que disipa el temor y
devuelve la esperanza.
Esta paz es el primer
regalo de Cristo Resucitado, y esta esperanza, solo puede venir de Aquel quien
ha vencido a la muerte para siempre.
Esto nos enseña que, en
nuestros momentos de mayor miedo, ansiedad o debilidad, Él viene a nuestro
encuentro para darnos paz verdadera
En medio de nuestro mundo
herido, Cristo sigue regalando esta paz a los corazones inquietos,
recordándonos que no estamos solos, y que su presencia viva nos sostiene en
medio de la tormenta.
La entrega del Espíritu Santo como nueva creación
Jesús sopla sobre los
discípulos y les dice: "Reciban el Espíritu Santo". Este gesto
evoca el aliento de Dios en el Génesis, cuando infundió vida al primer ser
humano.
Así también, sopla vida
nueva sobre la Iglesia naciente
Los discípulos son
regenerados por el Espíritu Santo, purificados del miedo, y fortalecidos para
la misión.
El Espíritu no es sólo
para ellos, sino también para nosotros, llamados a acoger el soplo de Dios en
nuestras almas, para vivir una vida nueva en Cristo.
El poder de perdonar
Jesús confiere a los
discípulos la autoridad de perdonar los pecados, un don que brota del mismo
Espíritu Santo.
No se trata de un poder
humano, sino de una gracia divina, para continuar la obra reconciliadora de
Cristo en el mundo a través de nosotros.
Este ministerio nos
revela que el corazón de la Iglesia no es el juicio, sino la misericordia. El
juicio pertenece solo a Dios.
En cada sacramento de la
Reconciliación, se actualiza este poder conferido por Jesús, y el Espíritu
actúa para sanar nuestras heridas más profundas.
Este poder de perdonar
pecados, no es una simple facultad jurídica: es la manifestación concreta de la
Misericordia de Dios para el mundo.
Somos llamados a ser
signos de misericordia en un mundo herido, a proclamar que en Cristo siempre
hay posibilidad de empezar de nuevo.
Para ti, que tienes
deseos de abrirte a la gracia del Espíritu Santo, y no sabes cómo empezar, solo
abre tu corazón, dirígete a Él con humildad, con palabras sencillas, y verás
cómo pronto comienzas por experimentar esa paz que Cristo quiere ofrecerte.