Muchas personas sustentan que la sabiduría es la
mesura de hablar poco y hacer mucho. Realmente es –porcentualmente hablando-
casi que su totalidad para quienes se nos muestran como sabios de corazón, espíritu e intelecto.
Pero, callar tanto, en ocasiones, nos priva de errar
para aprender, de decir lo necesario para detener a quien está torciendo su
camino, aumentar la picardía y retroalimentar conversaciones con muchas
personas.
Extrañamente, estamos dejando de ser sabios.
¿De qué nos vale ser sabios?
Ganar Sabiduría a Través de Disciplina es estimular el autocontrol, regirnos por normas y códigos
morales ya establecidos y propios, alimentando el libre albedrió a la par del
desarrollo del Yo, el Ello y Superyó, como determinase en algún momento,
Sigmund Freud.
Los sabios en realidad aprenden a callar y escuchar,
pero no siempre aprende a delegar; es una falla de algunos líderes que se
pierden en las sombras.
Mahatma Gandhi supo administrar su sabiduría,
profesándola en fino balance de acción y palabra, con una convicción que le
ganó un enorme sitial entre millones que le escucharon y siguen aún sus
propuestas de vida.
Fue uno de los cegados por las palabras banales, el
rencor y un estilo de vida lleno de ataduras que en su errática percepción entendía
como libertad y su propia opinión, que le atacó.
Y es de sabios tener que lidiar con ese tipo de
seres, siempre en la espera de que no vengan con violencia física, como sí
vienen con la actitudinal y verbal.
Pero el sabio de verdad, el que afronta, no pierde
la calma, canaliza, promueve el debate de ideas, busca líneas que unan los
paralelismos. Incluso cuando está molesto, indignado y con ganas de responder
con un puño cerrado.
Pero es de sabios ahorrarse molestias, tan sólo
sabiendo equilibrar lo que oye, debate, asimila y luego, lo deja.
¿Qué rige para ser sabio?
Hablar en base a la experiencia, el ensayo y error,
la alegoría y la viabilidad, investida siempre con el manto de la verdad,
incluso cuando debas pagar sus consecuencias.
La inteligencia
lógico – matemática y la inteligencia
emocional, han de estar en perfecta comunión para proferir palabras sabias
a quienes necesitan de nuestra ayuda; para que, aún con la sustentación de lo
que grandes filósofos y/o santos han proferido en tratados diversos, sean
siempre las palabras sentidas, personalizadas y no complacientes, sino debidas,
las que ayuden a quienes tengan confusiones a retomar el carril de la
coherencia y el control de sus sentimientos, para tomar más y mejores
decisiones, regidos por su propio criterio, personalidad y derecho.
Cada suceso tiene una conclusión no rebuscada; sino
una moraleja que nos sirva para crecer, inventar, descubrir, emprender,
motivarnos, alegarnos e incluso, brindarnos consuelo y refugio balanceado
cuando busquemos respuestas en nosotros mismos, las cuales no serán
autocomplacientes, sino organizativas para medir nuestras acciones y
consoladoras para hallar sosiego en base
a realidades y perspectivas.
El propósito de los sabios
La reflexión. Misma que está capacitada por el
empirismo, el análisis, la comprobación y el estudio con criterio de nuestros
antecesores.
Discernir la verdad, quitando los velos del
conformismo, nos aleja de todo mal y nos acerca al bien.
Los sabios saben buscar los medios para conectar con
las personas, sin mayor recompensa que apoyar al crecimiento espiritual de las
personas. Lo vemos en las calles, en las familias e incluso, en las páginas web
con sentido humanístico.
E incluso, nos ayuda a transformar al mal en bien y
a quien profesa el bien, en otro eslabón de salvación para que otras personas
reciban sabias palabras que les
ayuden a reducir sus tribulaciones y contribuyan a su recomposición como seres
humanos, librepensadores y hermanos en Dios.
Y, a propósito, la sabiduría es uno de los dones del
espíritu santo, que nos guía a ver las cosas, tal como las ve el Padre Celestial.
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