LA
PALABRA A GRITOS, NO ENTRA
A menos que uno mismo se
grite, a manera de mnemotecnia, los gritos terminan formando un amasijo de
sensaciones negativas que en muchas ocasiones terminan destruyendo el ánimo de
las personas. Quizá en espacios amplios o en condiciones similares a las que se
somete un atleta de alto rendimiento, los gritos tengan un efecto favorable. O los
gritos en un concierto que casi siempre son animosos y provocados por la
necesidad de ser escuchados.
Pero, en la predicación,
meter la palabra a gritos lo que crea es distancia voluntaria, aversión,
indiferencia, malestar. Muchos señores y muchas señoras que pertenecen a
religiones como la evangélica, los testigos de Jehová y cristianos libres,
salen a las calles y confunden la debida proyección de la voz, con gritos
estentóreos y una actitud de dirigente político entremezclada con catedrático
en plena clase universitaria en el mismo instante en que se sienten antenas
receptoras del mensaje de Dios, queriendo que los oyentes les alaban sin
chistar.
Entre esos gritos hay
mensajes que en vez de lograr el arrepentimiento de quienes escuchan al
comprender la palabra de Dios, hacen más bien sentir a las personas
intrascendentes. Desalentar a la autoestima para que reciban a Dios, es un
tremendo error, porque Dios es el génesis de la estima, del cariño propio,
porque Él es el gran cariño celestial y debemos recordar que nos hizo a su
imagen y semejanza.
Estar en las plazas,
mercados, terminales de buses, hospitales y ver llegar a una persona que
predica su fe, porque sintió el arrepentimiento y rectificó su vida a Dios a
través de la fe de la religión que les acogió, debería ser un momento de
integración entre seres humanos que se saben estar bajo el cobijo del mismo
Dios. Pero no, esos momentos son los que describimos antes, de evitar su
presencia, estando él al frente. Llevar la mente y hasta a los oídos a otra
parte, aunque permanezca en el sitio, hace el común denominador. Les ignoran y
hasta les aplican el látigo de la indiferencia.
El predicador está listo
para ello y aun así prosigue. Pero al parecer no quiere estar listo de
modificar su estilo de mensaje. Ni muy suave ni complaciente, ni ácido y
pedante por sentirse curado y el que no se cure a través de él, pues le toca el
infierno.
No, eso no funciona así.
Hacer sentir mal a los
demás, diciéndoles que se arrepientan con un tono que parece una orden;
achacarle los males del mundo a todos por igual y no reconocerles los bienes,
es mezquino y separatista. Dios está en cada quien y le asigna una misión, para
construir en billones de formas (en cada quien en la historia de la humanidad),
la alegría y los parabienes del mundo.
Entonces es malo debilitar
el ánimo, para narrar la interpretación dela Biblia. Gritar y buscar sólo los
castigos para luego decir los parabienes de Dios sólo sí te hacen caso (no caso
a La Biblia, sino al que la predica), es individualista y parece ocultar un
trasfondo de oscuros intereses, muchas veces económicos o sexuales.
La calma, la cercanía, la
voz firme y audible, el no indilgar culpa en los demás para estremecerles la
fibra y dejarlos asustados cuán cachorros que terminarán huyendo, uso de
espacios adecuados para proyectar, mejor aplicación de los estudios bíblicos,
evitar los altos decibeles y los momentos o lugares estresantes, ayudará a que
el mensaje de Dios se transmita mejor entre quienes no le huirán más nunca al
predicador.
Lcdo.
Argenis Serrano - @Romantistech
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