Santo Patrono de la Iglesia, de Ciudades, de los Trabajadores,
Sacerdotes, las Mujeres Vírgenes, de los Pobres y Enfermos en Agonía
Clamo a
ti, castísimo San José, honra de los patriarcas, varón según el Corazón de
Dios, cabeza de la Sagrada Familia, ejecutor de los inefables designios de la
Sabiduría y Misericordia infinita.
Padre putativo
de Jesús y esposo dichosísimo de María, ¡cuánto me regocijo de verle elevado a
tan alta dignidad y adornado de las heroicas virtudes que requiere!
¡Por los
dulces abrazos y suavísimos ósculos que disteis al Niño Dios!, le suplico mi
venerado San José que me admita desde este punto en el dichoso número de
vuestros siervos.
Proteja a
las vírgenes, ¡oh tutor de la virginidad de María!; y alcáncenos la gracia de
conservar sin mancilla la pureza de cuerpo y alma.
Apiádese San
José siempre de los pobres y afligidos y que por aquella extrema pobreza, por
aquellos sudores y congojas que padeció usted por sustentar a salvar al Creador
y Salvador del Universo, deles e inclúyanos a la hora de otorgarnos el alimento
corporal y haga que llevando con paciencia los trabajos de esta vida,
atesoremos riquezas verdaderas e infinitas más allá de las materiales, para gozarlas
en la eternidad.
Sea usted
San José el amparo de los hombres casados, ¡oh patriarca dichoso!, le pedimos
que haga que los padres y las madres sean la imagen de vuestras virtudes y perfectísimo
dechado de piedad a sus hijos.
Proteja piadoso
San José a los sacerdotes y a los institutos religiosos y haga que imitando
vuestra vida interior, llenen los cargos de su ministerio con la perfección con
que vos cumplisteis las obligaciones de vuestro estado.
A la hora
de laborar, dame la fuerza y la concentración, la concertación y el temple para
poder hacer brotar lo mejor de mí en pro de un trabajo bien hecho y contando
con la debida protección que sólo tú, San José, ejemplo de trabajo, puedes a
quien busca ganarse el pan con el sudor de su frente, otorgar.
Llénanos en
vida de copiosas bendiciones y en el trance de la muerte, cuando el infierno
haga el último esfuerzo para perdernos, no nos desampares poderoso abogado de
los que están agonizando.
Tú, San
José, que tuviste la dicha de morir en los sagrados brazos de Jesús y María,
ayúdanos a que en la hora final la luz del cielo se abran ante nuestras ya
hechas peticiones echas cántico al decir con ferviente afecto los dulcísimos
nombres de Jesús, María y José.
Amén