Hoy veía la película navideña "Milagro en la Calle 34", donde la ciudad de Nueva York demandaba a Krist Kringle por decir que era Santa Claus. Incluso hicieron alusión a que la iglesia católica sacó del santoral a San Nicolás por hechos aún no aclarados por la misma.
En el final del juicio, cuando la niña presenta al juez un billete de dólar, él ve la leyenda del mismo "In God we Trust" (en Dios confiamos), para luego decidir que si un gobierno y su pueblo no ponen en duda la existencia de ese ser maravilloso que es Dios, no podían poner en duda que el señor Kringle fuese Santa Claus.
Lejos de los simbolimos, paganismo y comercio, me vino a la mente todo lo que en Venezuela estamos pasando por culpa de personas que merman cada día más nuestro ánimo de creer. Desde las más altas esferas, hasta una persona que vende frutas en la calle, un amigo, vecino o pareja. De ellos y los casos recurrentes, se va perdiendo la fe en la imagen y semejanza terrenal de Dios: los seres humanos.
Nidos de serpientes en lugares donde debería encontrarse la justicia y equidad, crean lágrimas en las personas y reconcomios que despiertan los sentimientos, expresiones y acciones que se suman a las negativas, forjando en donde debería existir el amor, una sociedad dolida, rencorosa y a la defensiva.
Quitar las tradiciones, las humanas y las divinas para vender nuevas ilusiones, ídolos y formalidades, que nos recuerdan el éxodo de los israelitas que sin tener a Moisés cerca, se entregaron a todas las vergüenzas y pecados posibles, tan sólo para satisfacer su maltrecha espiritualidad y sembrar líneas de poder.
Los niños y jóvenes no saben de esos valores y se entregan a la auto-educación, que no es mala, pero está propensa a desviarse ante cualquier vendedor de ilusiones que le haga sentir mejor de manera falsa y no ser un propulsor de buena voluntad. Los adultos por su lado, tan ensimismados y tratando de protegerles sin protegerse, terminan socavando las bases de la unión y la inteligencia humanista, para entregarse a sus ideas que no funcionan por no engranar con las soluciones necesarias, sino con las panaceas ficticias.
Santa Claus y muchos símbolos, como San Valentín, San Patricio, la paloma de la paz, el símbolo de Paz y Amor, de no ser comprendidos en su lado humano (alegría, lucha en comunión, tiempo de regocijo) y su lado espiritual (dar sin esperar a cambio, amor, penuria y redención como pruebas de fe), son meros elementos comerciales que nada dejan, sólo un vacío espiritual que los regalos materiales o la comida jamás llenará.
Un milagro para Venezuela y para todos los países, es reencontrarse, buscar esos símbolos pero no para dar la vida por ellos, sino hacer de la vida algo útil como esos símbolos quieren explicar en realidad. La semiótica de ver en las cosas un porqué luchar, la fe de que hay en cada persona un deber y derecho a ser feliz y respetar; la confianza que el clamor a Dios en conjunto no será en vano, ya que él responde en su debido momento y más cuando un pueblo se pone lo más de acuerdo posible.
Millones de vida ha cambiado y salvado la fe, de allí nacen los milagros, cuando se piden juntos, ya se dio el primer paso, el del amor.
Y creo en Santa Claus, los Reyes Magos y el Niño Jesús. Por supuesto, están en nosotros y tenemos la ventaja de recibir el pago por ellos: la sonrisa de los niños, la alegría de la juventud y el regocijo de los adultos, muchas veces vistos sin un regalo material.
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Lejos de los simbolimos, paganismo y comercio, me vino a la mente todo lo que en Venezuela estamos pasando por culpa de personas que merman cada día más nuestro ánimo de creer. Desde las más altas esferas, hasta una persona que vende frutas en la calle, un amigo, vecino o pareja. De ellos y los casos recurrentes, se va perdiendo la fe en la imagen y semejanza terrenal de Dios: los seres humanos.
Nidos de serpientes en lugares donde debería encontrarse la justicia y equidad, crean lágrimas en las personas y reconcomios que despiertan los sentimientos, expresiones y acciones que se suman a las negativas, forjando en donde debería existir el amor, una sociedad dolida, rencorosa y a la defensiva.
Quitar las tradiciones, las humanas y las divinas para vender nuevas ilusiones, ídolos y formalidades, que nos recuerdan el éxodo de los israelitas que sin tener a Moisés cerca, se entregaron a todas las vergüenzas y pecados posibles, tan sólo para satisfacer su maltrecha espiritualidad y sembrar líneas de poder.
Los niños y jóvenes no saben de esos valores y se entregan a la auto-educación, que no es mala, pero está propensa a desviarse ante cualquier vendedor de ilusiones que le haga sentir mejor de manera falsa y no ser un propulsor de buena voluntad. Los adultos por su lado, tan ensimismados y tratando de protegerles sin protegerse, terminan socavando las bases de la unión y la inteligencia humanista, para entregarse a sus ideas que no funcionan por no engranar con las soluciones necesarias, sino con las panaceas ficticias.
Santa Claus y muchos símbolos, como San Valentín, San Patricio, la paloma de la paz, el símbolo de Paz y Amor, de no ser comprendidos en su lado humano (alegría, lucha en comunión, tiempo de regocijo) y su lado espiritual (dar sin esperar a cambio, amor, penuria y redención como pruebas de fe), son meros elementos comerciales que nada dejan, sólo un vacío espiritual que los regalos materiales o la comida jamás llenará.
Un milagro para Venezuela y para todos los países, es reencontrarse, buscar esos símbolos pero no para dar la vida por ellos, sino hacer de la vida algo útil como esos símbolos quieren explicar en realidad. La semiótica de ver en las cosas un porqué luchar, la fe de que hay en cada persona un deber y derecho a ser feliz y respetar; la confianza que el clamor a Dios en conjunto no será en vano, ya que él responde en su debido momento y más cuando un pueblo se pone lo más de acuerdo posible.
Millones de vida ha cambiado y salvado la fe, de allí nacen los milagros, cuando se piden juntos, ya se dio el primer paso, el del amor.
Y creo en Santa Claus, los Reyes Magos y el Niño Jesús. Por supuesto, están en nosotros y tenemos la ventaja de recibir el pago por ellos: la sonrisa de los niños, la alegría de la juventud y el regocijo de los adultos, muchas veces vistos sin un regalo material.
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