Contaba un amigo “Yo,
que escribía poemas de amor para mi novia en papelitos que le hacía llegar de distintas maneras, fuera a través
de terceros, colocándolas en su casa o llevándolas a su trabajo al cual disimulaba
para que no le llamaran la atención, hoy
estamos a punto de dar el gran paso del matrimonio, por lo civil y por la
iglesia”.
Mientras yo veía con
agrado su felicidad, otro amigo le dijo, ¿Por qué te vas a casar por la
iglesia?, ¿No te da miedo que no resulte?, ya luego del matrimonio civil, del
cual el divorcio es caro, el matrimonio por la iglesia debería esperarse por lo
menos unos 3 años, cuando se está más seguro. De hecho, duraste muy poco de
novio y ya te vas a echar esa v…”.
Mi amigo y yo nos
quedamos fríos por la reacción de nuestro tercer pana en común. Pensábamos que
diría que era broma... pero estaba convencido. No sabíamos que él era
divorciado (por lo civil, por la iglesia no), dos veces y hablaba desde la
duda, resentimiento, temor, endulzándolo con la posibilidad de que con un
“período de prueba”, todo podría salirle mejor a nuestro amigo en las puertas
del matrimonio.
No lo dijo con
maldad, pero su actitud demuestra esa inestabilidad de muchos hombres y mujeres
ante el matrimonio, de que nada va a resultar y que lo en extremo vinculante de
la boda eclesiástica, les podría afectar.
Matrimonio por la Iglesia, ¿Cómo decidirlo entonces?
No es un paso a la
ligera y mucho menos debe ser obligado por los valores tradicionales enseñados
en el hogar. El matrimonio por la iglesia ha de nacer de la convicción de que
la contraparte es la persona ideal, la pieza del rompecabezas, para lo que nos
gusta, lo que debemos mejorar e incluso para dirimir lo que no nos gusta.
Casarse por casarse
es también ofender la bendición que a través del párroco, les otorga Dios a su
buena pro de sellar con el acto del matrimonio, una unión de fe, esperanza,
compromiso, en el bien y en el mal.
Hay millones de
personas que han sellado su amor con el matrimonio por la iglesia. Y no duremos
sólo la católica, sino la de los Testigos de Jehová, la Evangélica, la
Musulmana, la Hindú y los católicos libres, entre otras. Todas vinculadas a
sellar ante el altar el compromiso ante Dios de amarse, cuidarse, respetarse, multiplicarse y ser felices juntos.
Llevar las malas
experiencias personales a otros es un tanto riesgoso, porque corre el riesgo de
resentirse ante la felicidad ajena. Y también el cerrarse las puertas.
Este es un paso de
convicción, porque aún con los sustos y preocupaciones por los cambios
inherentes, las personas sacan fuerzas de la flaqueza y se revisten de amor y
fe para sellar esta santa unión que es el matrimonio, luego del acto civil.
Esas personas no andan con el
miedo de la infidelidad, insatisfacción, aburrimiento, sacar otra identidad
contraria a la que muestra en el noviazgo. Porque en dicho noviazgo, durase lo
que durara, se encargaron de encontrar la empatía necesaria que les lleva al
matrimonio con confianza.
Y cuando llegan
recomendaciones o avisos de terceros, se discuten, porque en ocasiones hay
quienes ocultan su pasado y luego sacan las garras. Pero es el balance del
amor, la inteligencia emocional y la investigación sin hostilidad, la que lima
esos actos tristes que muchas veces opacan al amor.
Por eso, si usted
tuvo, tiene la vista puestas en el matrimonio por la iglesia o se prepara para
cuando llegue la persona ideal, hágalo en total convicción en base a su
sensatez y sensibilidad. Verá que esos amores sencillos, de poemas, canciones,
flores, salidas y besos, se transformará en compañía, comida, luchas, saberes,
peleítas y reconciliaciones que le harán más fuerte el carácter, siempre al
nivel de ese verdadero amor que le llevo a una boda por la iglesia.
Y para los
resentidos, que la vida les dé la oportunidad de borrar el dolor y volver a
creer en el poder vinculante, del amor.
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