¡Santísima Virgen
María, que para inspirarme confianza habéis querido llamaros Madre del Perpetuo
Socorro! Yo os suplico me socorráis en todo tiempo y en todo lugar; en mis
tentaciones, después de mis caídas, en mis dificultades, en todas las miserias
de la vida y, sobre todo, en el trance de la muerte. Concédeme, ¡oh amorosa
Madre!, el pensamiento y la costumbre de recurrir siempre a Vos; porque estoy
cierto de que, si soy fiel en invocaros, Vos seréis fiel en socorrerme.
Alcanzadme, pues, la gracia de acudir a Vos sin cesar con la confianza de un
hijo, a fin de que obtenga vuestro perpetuo socorro y la perseverancia final.
Bendecidme y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte. Así sea.
¡Oh Madre del Perpetuo
Socorro! Rogad a Jesús por mí, y salvadme.
¡Oh Madre del Perpetuo
Socorro!, en cuyos brazos el mismo Niño Jesús parece buscar seguro refugio; ya
que ese mismo Dios hecho Hijo tuyo como tierna Madre lo estrechas contra tu
pecho y sujetas sus manos con tu diestra, no permitas, Señora, que ese mismo
Jesús ofendido por nuestras culpas, descargue sobre el mundo el brazo de su
irritada justicia; sé tú nuestra poderosa Medianera y Abogada, y detenga tu
maternal socorro los castigos que hemos merecido. En especial, Madre mía,
concédeme la gracia que te pido.
Santísima y siempre
pura Virgen María, Madre de Jesucristo, Reina del mundo y Señora de todo lo
creado; que a ninguno abandonas, a ninguno desprecias ni dejas desconsolado a
quien recurre a Ti con corazón humilde y puro. No me deseches por mis
gravísimos e innumerables pecados, no me abandones por mis muchas iniquidades,
ni por la dureza e inmundicia de mi corazón me prives de tu gracia y de tu
amor, pues soy tu hijo. Escucha a este pecador que confía en tu misericordia y
piedad: socórreme, piadosísima Madre del Perpetuo Socorro, de tu querido Hijo,
omnipotente Dios y Señor nuestro Jesucristo, la indulgencia y la remisión de
todos mis pecados y la gracia de tu amor y temor, la salud y la castidad y el
verme libre de todos los peligros de alma y cuerpo. En los últimos momentos de
mi vida, sé mi piadosa auxiliadora y libra mi alma de las eternas penas y de
todo mal, así como las almas de mis padres, familiares, amigos y bienhechores,
y las de todos los fieles vivos y difuntos, con el auxilio de Aquel que por
espacio de nueve meses llevaste en tu purísimo seno y con tus manos reclinaste
en el pesebre, tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo, que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén.
Oh Madre del Perpetuo
Socorro, concédeme la gracia de que pueda por siempre invocar tu bellísimo
nombre ya que él es el Socorro del que vive y Esperanza del que muere. Ah María
dulcísima, María de los pequeños y olvidados, haz que tu nombre sea de hoy en
adelante el aliento de mi vida. Cada vez que te llame, Madre mía, apresúrate a
socorrerme, pues, en todas mi tentaciones, y en todas mis necesidades propongo
no dejar de invocarte diciendo y repitiendo: María, María, Madre Mía.
Oh qué consuelo, qué
dulzura, qué confianza, qué ternura siente todo mi ser con sólo repetir tu
nombre y pensar en ti, Madre Mía. Bendigo y doy gracias a Dios que te ha dado
para bien nuestro ese nombre tan dulce, tan amable y bello. Mas no me contento
con pronunciar tu bendito nombre, quiero pronunciarlo con amor, quiero que el
amor me recuerde que siempre debo acudir a ti, Madre del Perpetuo Socorro.
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