Pero entré en la oración de la cual no he salido, más sí me da pena pedir para mí estando tantos en mi entorno y desconocidos por delante. Cuando no aguanté comencé a orar pero no por una solución mágica, sino por una curación real.
Dios concede talentos a las personas y muchas veces debe impulsar a otros a que les busquen. A los profesionales de la medicina les tememos a veces de tantas cosas que vemos y escuchamos, sugestiones que nos ayudan a empeorar con el ácido del temor.
En mis oraciones pedía salud y Dios me la otorgó empujándome a ayudarme, consultando a los médicos, pudiendo seguir lo mejor posible en mi trabajo para conseguir las medicinas; el adquiirir dichos remedios, la aplicación correcta y ante el miedo de una operación: una nueva esperanza.
Me ayudó a investigar en publicaciones científicas, conversar con amigos los cuales me bien guiaron y conseguir en la Internet un poco de calma. Todo ello lo reuní en un artículo que me llenó de fuerza y salud (clic acá para verlo).
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El ejercicio, la paz mental y de espíritu, la ayuda de fisiatras (venezolanos y cubanos) y la guía de los médicos de mi país me han ayudado a mejorar mucho.
Dios tiene muchas formas de iluminar el camino y poder otorgarnos lo que pedimos y nos ganamos sin crear un falso rumbo de anarquía ni mostrarnos magia, sólo su magnánimo poder que acompaña el conocimiento.
La oración continua, sincera, espontánea, es el mejor medio de comunicación. Conversa con Dios de esa forma o como el niño que eres para el Gran Padre. La solución no será como la sueñas, será como la mereces y Dios la escriba.
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